A Heiderich le encantaba leer. Amaba las palabras, adoraba entender lo que forman toda esa serie de símbolos, tan comunes hoy en día para todo el mundo, pero tan complejos al mismo tiempo. Se podría decir incluso que Alfons era feliz con un libro entre las manos; más aún si tenía que ver con pólvora, combustibles, motores, cohetes…
Hasta que llegó
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